RUTA 66: El oeste americano
- Texto de Mónica Molina
- Fotos de Victor Prieto
¿Quién no ha soñado alguna vez con recorrer América? ¿Quién no ha oído hablar de la mítica Ruta 66? Es el sueño de muchos; ahora, imagina agregarle un toque mágico con la lente de Víctor Prieto, un maravilloso fotógrafo con sede en Mallorca. Con habilidades excepcionales en fotografía de viajes, gastronomía y bodas, es como una navaja suiza del mundo fotográfico, dotado de un ojo único para capturar la esencia de cada momento y lugar.
Los EEUU siempre llamaron mi atención desde que tenía 15 años a través de los libros, revistas… y el cine!! Solía ir a las agencias de viajes a pedir catálogos y con una regla y un cutter, creaba mi propio álbum de viajes.
Me llamaba poderosamente la atención sus ciudades, sus rascacielos, sus paisajes y esas carreteras infinitas del Oeste Americano. Soñaba con conocerlas.
15 años después, viajé a San Francisco con mi gran amigo Jose Talavera y a 4 días de finalizar el viaje pensamos: “¿Por qué no alquilamos un coche y vamos a Los Ángeles?” Teníamos que vivir la experiencia de conducir por la mítica “Highway 1”. Después de aquella experiencia empezamos a soñar más alto: “Si esto ha sido inolvidable…. Imagínate la Ruta 66”
Después de 8 años, finalmente llegó el momento. Aunque el tiempo era limitado, decidimos hacer una maratón por la Ruta 66 desde Los Ángeles hasta Amarillo, Texas, y luego regresar a Los Ángeles por una ruta diferente más al sur, explorando otras ciudades icónicas del Oeste Americano.
Y así, el 2 de mayo de 2017 empezó la aventura.
La Ruta 66, símbolo de libertad y aventura y también conocida como «The Main Street of America» o «The Mother Road», fue una importante vía que conectaba Chicago con Los Ángeles (3940 km). Durante la Gran Depresión, fue la ruta hacia el oeste para muchos en busca de una vida mejor, impulsando la economía de las áreas que atravesaba. Aunque fue eclipsada por autopistas más modernas en los años 80, aún conserva partes que evocan nostalgia y atraen a los viajeros en busca de una experiencia auténtica del viejo oeste.
Al poner un pie en Estados Unidos, uno siente estar dentro de una película. Cada detalle recuerda algo visto en el cine. Fue muy emocionante ver la señal de la Ruta 66 en “mi pueblo”, Victorville. Era la persona más feliz y afortunada del mundo y con Bruce Springsteen, Johnny Cash y clásicos del rock americano como banda sonora, esa era mi película.
El viaje comenzó por Barstow, Ludlow, Needles y Kingman, pueblos como otros a lo largo de la ruta, que no tienen mucho que ver pero para mi, el paisaje, conducir por esas carreteras y pensar en su historia, ya lo valía todo.
Nos desviamos hacia Las Vegas, a solo 90 minutos de distancia. Aunque no era mi destino favorito, contemplar su extravagancia en medio del desierto, valía la pena. Luego, nos dirigimos al Gran Cañón, una experiencia abrumadora que deja sin palabras. No hay palabra ni imagen capaz de capturar su inmensidad. Aquí, la naturaleza te pone en tu sitio.
La aventura continuó con una visita muy especial: el desfiladero de Antelope Canyon, oculto tras una grieta en una montaña de una reserva india. Caminar por esos pasillos, erosionados por miles de años de riadas y vientos, te transporta a otro mundo.
Después, visitamos el Horseshoe Bend, un espectacular meandro del río Colorado que parece formar un arco perfecto en medio del paisaje desértico. La energía allí era muy especial. Podría haberme quedado horas contemplando el paisaje desde el borde de aquel precipicio. Sin embargo, había más lugares por descubrir, así que continuamos nuestro viaje.
Nuestra siguiente parada fue el «Forrest Gump Point», un lugar muy especial en mi álbum de recortes, donde una sencilla placa en la carretera marca el lugar donde se filmó una de las escenas más icónicas de la película. Estar allí, rodeado de ese paisaje solitario, el silencio y con ese escenario frente a mi, fue el culmen de mi sueño. Y aunque el clima nos impidió visitar el Monument Valley, prometí volver.
Mi travesía por la Ruta 66 fue como un viaje en el tiempo, donde cada kilómetro recorrido me llevaba más profundo en la historia y la cultura de Estados Unidos. Desde los pintorescos pueblos con su esencia americana, como Flagstaff, Winslow (con su esquina como homenaje a una de mis canciones preferidas “Take it Easy” de Eagles) y Albuquerque (con Tour friki incluido al ser el lugar donde se rodó mi serie favorita: Breaking Bad), hasta Amarillo, Texas, donde disfruté la gastronomía sureña en el «Big Texan”, el encanto del Cadillac Ranch y Adrian, el punto medio de la Ruta 66.
El viaje de vuelta hacia Los Ángeles tomó una ruta más al sur, llevándome a lugares como Roswell, donde la leyenda de los extraterrestres se mezcla con la historia y la cultura del lugar. Continuando nuestra aventura, nos adentramos en el asombroso Parque Nacional de White Sands, donde las dunas de arena blanca se extienden hasta donde alcanza la vista, creando un paisaje surrealista en medio del desierto.
Continuamos nuestro viaje hacia el suroeste, cruzando vastas extensiones de desierto y montañas, hasta llegar a Tucson, donde la historia se entrelaza con la belleza natural del desierto de Sonora.
El trayecto nos lleva a través de los cactus y la tierra árida hasta Phoenix, donde el desierto se encuentra con la modernidad. Entre rascacielos y palmeras, nos sumergimos en la energía de la ciudad y nos dejamos llevar por su encanto ecléctico y sus vibrantes influencias culturales.
Y finalmente, llegamos a la histórica Old Town de San Diego, la “America’s Finest City”. Aquí, entre los edificios coloniales y las plazas nos sumergimos en la rica historia de California 150 años atrás.
El regreso a Los Ángeles fue el epílogo perfecto para esta aventura llena de emociones. Entre las luces de Hollywood y el más puro ambiente californiano de Santa Mónica, reflexioné sobre este viaje y los recuerdos atesorados a lo largo del camino.
Porque al final del día, lo que hace que un viaje sea verdaderamente inolvidable no son solo los lugares que visitamos, sino las personas que conocemos, las historias que compartimos y las experiencias que nos transforman. Y en ese sentido, mi viaje por la Ruta 66 fue mucho más que un simple recorrido por carretera; fue un sueño cumplido, un viaje hacia el corazón mismo de la América profunda, donde la magia y la aventura esperan en cada curva del camino y que te recuerdan que viajar es vivir y la única cosa que compras, que te hace más rico. Volveré, me queda la otra mitad!